Por: Daniela Muñoz
Académica de postgrado Universidad San Sebastián Directora del Diplomado en Neurociencia y Gestión Pedagógica de la Convivencia Escolar Universidad San Sebastián.
Si aspiramos a cultivar ciudadanos éticos y competentes, es hora de ir más allá de las cifras y trabajar en la transformación cultural de nuestras escuelas.
En el reciente informe del SIMCE en Chile, se presentaron los resultados en los indicadores de Desarrollo Personal y Social, que evalúan de manera integral las habilidades sociales, el bienestar emocional y la formación ciudadana en los estudiantes. Los datos revelan una estabilidad en los últimos años en las mediciones de autoestima, motivación escolar, clima de convivencia, participación ciudadana y hábitos de vida saludable.
Aunque la consistencia en estos resultados es alentadora, es esencial no conformarse con cifras estáticas, sino comprender la dinámica que representan y desarrollar estrategias para impulsar un progreso real en estas áreas.
Más allá de las cifras generales, existen ciertas alertas en materia de convivencia escolar. Por ejemplo, aunque un 59% de los estudiantes de cuarto básico afirma confiar en sus compañeros, esta cifra es menor entre los estudiantes de grupos socioeconómicos bajos y medio bajos. Asimismo, en segundo medio, solo el 38% de los estudiantes señala que en su curso se mantiene un ambiente tranquilo en clases. ¿Qué sucede con el 62% restante?
Para lograr avances significativos en el desarrollo personal y social de los estudiantes, es necesario que las políticas educativas pongan un énfasis continuo en la importancia de estos indicadores en el proceso formativo. La incorporación de acciones transversales, tanto en el ámbito curricular como extracurricular, puede ser un primer paso, además de involucrar más a padres y apoderados en todo el proceso educativo.
Es fundamental reconocer que la responsabilidad de impulsar estos cambios no recae únicamente en los docentes. Los equipos directivos juegan un papel vital en la construcción de una cultura escolar que valore el desarrollo personal y social tanto como el rendimiento académico. Por lo tanto, es crucial invertir en la capacitación de estos líderes, proporcionándoles las herramientas necesarias para fomentar un entorno educativo integral y equitativo.
En conclusión, si bien la estabilidad en los indicadores del SIMCE no debe interpretarse únicamente como un estancamiento, debe ser una señal para la reflexión y la implementación de acciones estratégicas a nivel escolar. Los avances en esta temática no deben limitarse solo a políticas educativas pertinentes, sino también a un cambio cultural arraigado en los establecimientos y un liderazgo escolar capacitado y comprometido.
Si aspiramos a cultivar ciudadanos éticos y competentes, es hora de ir más allá de las cifras y trabajar en la transformación cultural de nuestras escuelas. Esto implica promover una educación que valore tanto el desarrollo personal y social como el rendimiento académico, creando entornos inclusivos y equitativos que promuevan el crecimiento integral de cada estudiante. Solo así podremos avanzar hacia una educación que responda a las necesidades del siglo XXI.
Fuente: El Mostrador