El académico Jaime Abedrapo, director del Máster en Derechos Humanos, Estado de Derecho y Democracia en Iberoamérica, reflexiona sobre la arrogancia de la modernidad, el sentido de la vida y si Chile está o no a la deriva frente a las actuales circunstancias y cambios que vive el mundo.
¿Qué tan a menudo nos estamos preguntando por el sentido de nuestras vidas? Es posible que el único extraviado sea yo. Veo un país confundido, a ratos odioso. ¿Está Chile a la deriva? Miro más allá y me parece que el mundo no sólo está desorientado, sino que a merced de nuestras propias pequeñeces. Es como si estuviéramos en un trance, o leyendo muy atentamente las profecías de fin de mundo a objeto de hacerlas efectivas. Inundaciones, ciclones, trombas, extinción de flora y fauna debido al cambio climático, anexión de Palestina y unos Trump empequeñeciendo la política de los acuerdos y bien común. ¿Despertaremos?¿O preferiremos seguir en trance?
Tal vez la mayoría piensa que la vida es muy corta y merece vivirla intensamente sin ocuparse de nadie, menos de los que aún no han nacido. En honor al pluralismo, habría que aceptar esa actitud, pero personalmente no me parece lícita, resulta irresponsable ante la comunidad presente y futura. Ese pareciera ser el gran asunto; hemos olvidado que todos somos uno.
Pienso, debe haber alguien que nos pueda guiar. ¿Tal vez en la política? ¿Tal vez en las instituciones eclesiásticas? ¿Tal vez en mi interior? El político está en el Olimpo del sinsentido, dando peleas pírricas y aprovechando cada ocasión para reproducir la estrategia que le funcionó para estar en el poder y dejarlo vacío de contenido. ¿Para dónde nos llevan? Al menos nos proponen un concepto: progresismo. Espero no tener que esperar demasiado para saber su contenido. Me adelanto en advertir mi opinión: si en ese progresismo no hay fraternidad y solidaridad, no atenderá a los vacíos de hoy, por tanto, tampoco habrá sentido de vida, sino que posiblemente de mayor odiosidad y confrontación para avanzar hacia una sociedad que no sabe hacia dónde va.
Huelo en las calles vacío existencial. Algún momento pensé que nos reencontraríamos como personas en medio de la pandemia, pero no veo aquello. Por cierto, y no quiero ser injusto, algo de solidaridad queda, pero una vez más, en muy pocos. Los que siempre han estado ahí, que en silencio colaboran en las ollas comunes y entre quienes aportan anónimamente algún recurso para ello.
Tal vez el problema sea la arrogancia de la modernidad que por un lado nos enfrascó en disputas ideológicas irreconciliables que fueron cuna de sociedades deshumanizadas, cuyas expresiones manifiestas fueron primeramente el colonialismo desatado que ahogó la sabiduría y capacidad de conexión con pueblos aborígenes y con la naturaleza. Luego, sobre esa imposición, el olvido de la persona en el mismo momento que buscábamos sociedades perfectas para nuestras libertades individuales o para constructo de sociedades igualitarias. Este extravío ha marcado nuestros derroteros buscando falsos becerros, por un lado, el cientificismo-tecnocrático, y por otro la búsqueda de respuesta materiales a preguntas existenciales y espirituales.
En esta opacidad, propongo buscar nuestra comunidad, buscar a las personas, dejar de condicionar nuestras opiniones a las redes sociales, hablar con la cabeza, pero desde el corazón. Dejarnos de conspiraciones y arrogancia, y tal vez no volvamos a querer un poco más y con ello devolvernos el respeto perdido.
Jaime Abedrapo
Director de la Escuela de Gobierno y del Máster en Derechos Humanos, Estado de Derecho y Democracia en Iberoamérica
Facultad de Derecho y Gobierno
Universidad San Sebastián
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