El pasado 6 de abril se celebró en todo el mundo el Día Internacional del Deporte para el Desarrollo y la Paz, planteado por la Unesco para visibilizar y concientizar acerca del deporte y su impacto en la promoción de los derechos humanos y el desarrollo económico y social[1].
Nuestro país no ha estado ajeno a esta celebración y, mediante distintas actividades, sobre todo desde el mundo académico, se ha puesto, al menos por un día, hincapié en el deporte y en el poder que este tiene para cambiar la sociedad.
Ahora bien, aun compartiendo muchas de las premisas que se plantean sobre el deporte, como, por ejemplo: “El deporte transmite valores”, “el deporte te enseña a vivir en sociedad”, “el deporte es una herramienta de movilidad social” o incluso, la gran frase del Nelson Mandela “El Deporte tiene el poder de cambiar el mundo”, me gustaría establecer ciertos matices que considero son fundamentales.
Partiendo de la base que el deporte lo hacen las personas, debemos ser capaces de entender que, por sí mismo, el deporte puede ser tanto promotor de conductas prosociales como también un espacio de desarrollo de conductas antisociales.
En ese sentido, la importancia de los formadores (profesores de educación física, entrenadores, monitores, y otros profesionales de las ciencias del deporte y la actividad física), que ven en el deporte una herramienta, es lo que hay que relevar a la hora de hablar de su poder de transmisión o de promoción de los valores. Los valores son intrínsecos a las personas, no a los deportes, por tanto, la práctica en sí, puede ser capaz de sacar lo mejor, pero también lo peor de la gente y ahí es donde el formador debe ser capaz de encausar, fortalecer y potenciar aspectos positivos de quien lo practica, usando la plataforma deportiva como un espacio de desarrollo.
Durante muchas de las actividades, charlas y seminarios que ocurrieron el 6 de abril, se habló de que el deporte te enseña a seguir reglas y normas, te entrega disciplina y te enseña a vivir en sociedad. Un discurso real e inspirador que muchos deportistas pueden confirmar, porque lo han vivido, porque les ha servido, algunos podrían decir que, incluso, el deporte les salvó la vida.
En lo personal, me alegra que la experiencia de muchos deportistas sea así de positiva; que el deporte les haya entregado miles de oportunidades y que hayan sabido sacarle el mayor provecho posible. Aquí pongo en valor su esfuerzo y dedicación, el de sus familias, de sus entrenadores, todos quienes encontraron en el deporte una posibilidad real, se enamoraron de él, lo entregaron todo y recibieron lo mismo a cambio.
Sin embargo, esa no es la norma. Vemos diariamente como miles de deportistas abandonan porque el deporte (o lo que lo rodea) no les dio esa posibilidad. Vemos como miles de niños/as encuentran en el deporte un espacio de frustración, de vergüenza, de humillación queriendo abandonar sin siquiera empezar una carrera, teniendo impactos enormes en su salud y calidad de vida. A su vez, vemos como cientos de deportistas esconden sus problemáticas de salud mental porque en el mundo del deporte (como en muchos otros), hablar de eso es mal visto. Entonces sí, todo tiene matices.
Muchos investigadores de las ciencias del deporte plantean que el deporte, en cualquiera de sus etapas y por diversos motivos, puede llegar a convertirse en un espacio con altos niveles de violencia, donde puede existir abuso de alcohol y drogas, donde puede estar presente el doping debido a la necesidad imperiosa de ganar o rendir, donde puede entenderse mal la rivalidad comparándola con una guerra o con enemigos, donde puede estar presente la trampa, el engaño para ganar a toda costa, donde la necesidad de vencer puede provocar problemas a la salud y, sobre todo en etapas formativas, donde puede existir la exclusión de quienes son menos talentosos o hábiles para alguna disciplina.
Debido a todo esto es que el formador, entrenador o profesor se convierte en figura esencial para que lo anterior (lamentablemente asociado a la competición), no suceda en ninguna etapa de la vida del deportista (y de los no tan deportistas también) o, por lo menos, disminuya todo lo posible en el alto rendimiento.
Propongo que celebremos el Día Internacional del Deporte para el Desarrollo y la Paz, todos los días, y que le entreguemos la misma importancia, que se le entrega al deporte en sí, a los profesores, entrenadores, padres y muchos otros agentes de socialización, personas que utilizan el deporte como una herramienta de transformación social y que luchan constantemente contra la desigualdad, la injusticia, la exclusión y la violencia.
Planteo que intentemos hacer un cambio cultural en el deporte, en el que el foco principal no sea solo buscar resultados competitivos en el alto rendimiento, sino que de la mano de los formadores y de los agentes de socialización, la inversión del país apunte a promover valores prosociales, salud física y mental, bienestar y paz social. Estoy convencido que esta perspectiva permitirá, en primer lugar, aumentar la adherencia a la práctica deportiva en las personas, generando mayores hábitos saludables, transformándonos en un país más activo. En segundo lugar, esta mirada podría conseguir evitar o disminuir situaciones de exclusión, discriminación y desigualdad, para que así las próximas generaciones puedan disfrutar del deporte y donde ese imaginario que todos tenemos de él, pueda ser una realidad.
Para finalizar, quiero enfatizar que es momento de actuar; el mensaje debe ir de la mano con la acción. Todos debemos ser agentes de cambio. Es por esto, que los invitamos a ser parte del desarrollo de la cultura deportiva.
En ese sentido, creemos que el Diplomado de intervención psicosocial a través de la actividad física y el deporte de la Universidad San Sebastián puede aportar entregando a los profesionales, a estos agentes de cambio, todas las herramientas para que desde una mirada crítica del deporte, adquieran metodologías para diseñar, ejecutar y evaluar programas de intervención psicosocial, pudiendo promover una mirada positiva del deporte, donde la inclusión, la justica y la paz sean los pilares fundamentales, aportando a que en nuestro país nadie quede afuera.
Javier Piñeiro Cossio
Psicólogo Social del Deporte
Magister en Psicología aplicada a la actividad física y el deporte
Doctorando en Ciencias de la Actividad Física y el Deporte
Co-Fundador de la Asociación Chilena de Psicología Social del Deporte
Director del Diplomado en Intervención Psicosocial a través de la Actividad Física y el Deporte de la Universidad San Sebastián.
[1] Antecedentes | Naciones Unidas