En el caso del virus SARS-CoV-2 existen entre 8 a 11 variantes en el mundo según el sistema de clasificación. La vigilancia genética es clave para fortalecer los programas de prevención y control de Covid-19.
Los virus son, en esencia, material genético (ADN o ARN) que tienen como único objetivo su replicación y persistencia. No tienen vida, son parásitos intracelulares que dependen de las funciones metabólicas y genéticas de las células vivas, pudiendo infectar todas las formas de vida. Son estructuras simples, que presentan mecanismos de replicación que evolucionan rápidamente, esperando oportunidad para tomar contacto con nuevos huéspedes, como el ser humano.
En la medida que los virus se replican, se encuentran continuamente cambiando su genoma como resultado de la selección genética, presentando cambios genéticos menores por mutación y cambios genéticos importantes por recombinación.
La mutación ocurre cuando se incorpora un error en el genoma viral en el ciclo de replicación viral. La recombinación ocurre cuando los virus coinfectados intercambian información genética, creando un nuevo virus.
Los virus de ARN -como es el caso del coronavirus SARS-CoV-2– tienen altas tasas de mutación, hasta un millón de veces más altas que sus huéspedes, pudiendo estas ser deletéreas, neutrales u ocasionalmente favorables. Solo las mutaciones que no interfieren con las funciones esenciales del virus pueden persistir en una población de virus, las cuales pueden estar correlacionadas con una mayor virulencia y capacidad de evolución, rasgos que se consideran beneficiosos para la persistencia de las variantes de los virus.
Por otro lado, una variante se denomina cepa cuando muestra propiedades físicas distintas. Una cepa es una variante que se construye de manera diferente y, por lo tanto, se comporta de manera diferente a su virus que lo origina.
Entre las posibles consecuencias de la aparición de variantes genéticas se encuentran: el incremento en la capacidad de propagarse más rápidamente en las personas, causar una enfermedad más leve o grave, evadir la detección mediante pruebas diagnósticas virales específicas, disminución de la susceptibilidad a agentes terapéuticos como los anticuerpos monoclonales y para evadir la inmunidad natural o inducida por vacunas. Los virus se evolucionan rápidamente, esperando la probabilidad de ocurrencia de un huésped o población susceptible que permita su replicación y persistencia.
Para el caso de la clasificación de SARS-CoV-2, se han propuesto hasta ahora tres sistemas de clasificación: La iniciativa GISAID, que ha descrito hasta ahora 8 clados globales; el proyecto Nextstrain, que ha identificado hasta ahora 11 clados principales; y Pango lineages, que ha propuesto una nomenclatura dinámica con foco en la circulación de linajes.
Es así como se conocen nuevas variantes del SARS-CoV-2, como: B.1.1.7 de Reino Unido, la B.1.35 (Sudáfrica), la P.1 (Brasil), P.2 (Rio de Janeiro, Brasil), B.1.525 (Nigeria), B.1.429 (California) y B.1.526 (Nueva York), entre otros. En Chile, las variantes con mayor presencia de acuerdo con el sistema de monitoreo que realiza el Instituto de Salud Pública (ISP) junto a otros laboratorios del país son B.1.1.7 y P.1.
La información de los genomas virales obtenidos a través de la secuenciación masiva puede emplearse para analizar cómo emergen los virus, sus rutas de transmisión, persistencia y diseminación. De forma complementaria permite monitorear los cambios genéticos que pueden tener importancia en el diagnóstico, respuesta inmune a las vacunas y curso de la enfermedad entre otros.
La implementación de programas permanentes de caracterización genética que involucre el desarrollo de capacidades locales a lo largo del país es fundamental para mantener actualizado el conocimiento de la evolución de SARS-CoV-2.
Dr. Marcos Godoy
Académico de Medicina Veterinaria y director del Magíster en Medicina Veterinaria, mención en Salud de Salmónidos
Universidad San Sebastián